Una Senda por Nuestros Hijos

Esdras 8:21-23 “Y publiqué ayuno allí junto al río Ahava, para afligirnos delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes. 22 Porque tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino; porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan. 23 Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios sobre esto, y él nos fue propicio.”

Esta historia tiene lugar en la tierra de Babilonia, en un momento en que Esdras, el siervo del rey, estaba a punto de viajar con un gran grupo de cautivos judíos de Babilonia y regresarlos a la tierra de Judea, el lugar que todos llamaban hogar.

       Sólo puedo imaginar la emoción y el nerviosismo que todos debieron haber sentido mientras que se prepararon por un viaje de mil millas de regreso a su propia tierra. No sólo regresaban a una tierra antigua, sino que también recordaban su historia y se volvían a someterse al Dios que habían abandonado como pueblo muchos años antes.

        El versículo 21 nos da una idea de cuán grande fue esta embarcacion, cuando toda la gente detuvo su viaje para buscar el rostro de Dios. La pregunta en sus corazones era: “Señor, ¿qué quieres que hagamos? Necesitaban saber cómo debían vivir y qué debían hacer. No sólo para ellos sino también para sus niños pequeños. Que inmensa responsabilidad es tener un niño. En un niño reside el potencial de un gran mal o de un gran bien. Estos padres entendieron que sus vidas, sus acciones y actitudes tendrían un enorme impacto en la próxima generación. Y en ese momento hicieron la dedicación de seguir a Dios lo mejor que pudieran, pasara lo que pasara.

     Es la voluntad de Dios que cada padre busque a Dios, lo ame y muestre a sus hijos la verdad de Dios todos los días de sus vidas. Mi vida es mucho más que yo. Se trata también de los que vendrán después de mí. ¿Qué tipo de vida llevarán? ¿Qué clase de mundo crearán? ¿Y qué puedo hacer yo como padre para influir en ello para el bien de quienes vendrán en la próxima generación?

     La salvación de mis hijos es uno de los anhelos más profundos de mi corazón. Y sé que para verlos vivir para Cristo, debo buscarlo fervientemente yo mismo.